El periodo de desacelere y progresiva holganza conocido como Puente Guadalupe-Reyes, cuando ya es perfectamente legítimo ir aventando los pendientes menos apremiantes para el año que entra y responder a todo "Lo vemos en enero", en Guadalajara más bien tendría que abrirse desde que la FIL se apaga y va disipándose la resaca de su frenesí. Nos esperan, es cierto, otros días de prisas angustiosas, gastadera insensata, comilonas asesinas y demás conductas perniciosas. Pero la borrachera de las posadas, la Navidad y las vacaciones, como sea se sobrelleva y hasta tiene su encanto. O lo tiene para mí, al menos: ya sé que en esta materia sólo puede hablarse a título personal, y no tengo empacho en reconocer que me alegra ver las nochebuenas en La Minerva, los coches con cuernitos melolengos y el arbolote iluminado en Plaza del Sol. Después de todo, en tiempos de aflicción e incertidumbre, cuando ni siquiera la Selección fue capaz de darnos ni una mínima ilusión, cualquier pretexto para la alegría cuenta mucho y, por principio, no habría que repudiarlo.