Conocí a Amado Garza a principios de siglo, había quemado las naves en su natal Monterrey y como proyecto de vida -no me gusta usar la palabra retiro- se fue a Ensenada, de donde es Ana Lilia, su esposa. Compró unas tierras en el Valle de Guadalupe, Rancho El Mogor, para ser exactos, y se puso a hacer vino, que era una de sus pasiones.
Tiene 26 años de experiencia, es sommelier por escuelas de Italia, España y México, y participa cada año como juez de concursos nacionales de vino. La docencia forma parte de sus actividades y ha incursionado en la creación de etiquetas.