OPINIÓN

Vergüenza

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN MURAL

3 MIN 30 SEG

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Jamás, nunca me avergonzaré de llamarme mexicano. No me importará que me llamen sensiblero si digo que todavía ahora, cuando asisto a algún acto oficial y se hacen los honores a la enseña patria, siento la misma veneración por ella que cuando en el gran patio de la Escuela Primaria Anexa a la Normal, en mi natal Saltillo, los lunes por la mañana, ataviados con nuestros uniformes de gala, los niños honrábamos la bandera y cantábamos las primeras estrofas del himno nacional. No incurro en hipérbole ni cursilería si digo que amo profundamente a México. He caminado todos sus caminos; conozco su historia, las más de las veces dolorosa, y me enorgullecen sus infinitas galas, tanto las que son obra de la naturaleza como las que derivan del genio de sus artistas y artesanos. He tenido trato con su gente, lo mismo con los más encumbrados magnates que con la gente más humilde, y sé de las virtudes y defectos que hay en ambos, pues son los mismos defectos y virtudes que hay en mí. "Inaccesible al deshonor floreces", le dijo López Velarde a la patria, y también dijo de ella que es impecable y diamantina: no tiene culpa de las acciones de sus malos hijos, y posee al mismo tiempo la luz y la firmeza del diamante. En nuestro tiempo hay quienes no alcanzan a deshonrar a México, tan alto está, pero sí se deshonran a sí mismos. Tal hicieron los diputados y senadores que formaron fila para postrarse ante López Obrador, y tal hizo AMLO al propiciar y aceptar esa vergonzosa muestra de abyección, la de los integrantes de un Poder constitucional humillándose ante el titular de otro. Se deshonraron las mujeres y hombres que acudieron a ese acto de vergonzosa cortesanía y se deshonró el Presidente que con desdén absoluto por las formas se puso en el papel de soberano que recibe el vasallaje de sus siervos. Sumiso ha sido siempre en México el Poder Legislativo ante el Ejecutivo, desde el porfiriato hasta los tiempos de la dominación del PRI. Pero había un mínimo de recato, y ese sometimiento se velaba con pudores de protocolo, así fueran mentirosos y fingidos. En esta ocasión el servilismo de los cortesanos, y la arrogancia de quien los recibió después de hacerlos esperar dos horas de pie sin ofrecerles siquiera un trago de agua, llegaron a extremos que nunca en el país se habían visto. Amo tenemos ahora en vez de Presidente; sirvientas y lacayos en vez de representantes populares. Nos avergüenza quien funge como nuestro Presidente, y se envilecen a sí mismos quienes abdican de su representación y acuden a abajarse ante el Caudillo. Y otra acción de López ha venido a abochornarnos: su imprudente injerencia en los asuntos internos de una nación hermana. En términos correctos de derecho internacional y protocolo diplomático actuó el gobierno de Perú al demandar la salida de nuestro embajador en ese país, agraviado por las inconsultas expresiones de AMLO, quien pone sus obsoletos dogmas por encima de lo que conviene al interés de México en el llamado "concierto de las naciones civilizadas", concierto al cual el Presidente mexicano parece más sordo cada día con su visión de horizonte limitado. Lo dicho: tanto en lo interno como en lo exterior estamos ligeramente jodidísimos. Y nos quedan todavía dos años para acumular más motivos de enojos y de penas. Relataré ahora un cuentecillo inane para disipar, siquiera sea en parte, mi encabronamiento... Un señor le preguntó a otro: "¿Qué fue de aquel hijo tuyo que estaba en un seminario?". Respondió el otro: "Tomó las órdenes". "¿Se ordenó sacerdote?" -quiso saber el amigo. "No -precisó el otro-. Se casó"... FIN.