OPINIÓN

Como mito fundacional, en la maldición de la deuda se amalgamaban nuestra larga historia de desaciertos, la corrupción endémica de los gobiernos...

Vendepatrias

NEGRO Y CARGADO / José Israel Carranza EN MURAL

5 MIN 00 SEG

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A quienes crecimos oyendo hablar de la deuda externa no nos habría extrañado que México, o al menos un pedazo, un día amaneciera convertido en parte de Estados Unidos. Fuente de todas las desgracias del país, impedimento irremediable para proponerse ningún desarrollo y mucho menos ninguna prosperidad, la deuda externa surtía a los políticos de pretextos, a la iniciativa privada de razones para la autoconmiseración eterna y a los líderes sindicales de justificaciones para no hacer nada por sus agremiados; como mito fundacional, en la maldición de la deuda se amalgamaban nuestra larga historia de desaciertos, la corrupción endémica de los gobiernos emanados de la Revolución (antes no: había quien afirmaba que con don Porfirio eran los otros países los que nos debían dinero) y una vaga noción de fatalidad o sencilla y vulgar mala suerte. Junto con el temor incesante a la amenaza nuclear, a las hambrunas que devastaban África, al avance del comunismo, a la derrota de los valores morales y a otras calamidades que llegaban a adquirir tintes apocalípticos en las ingenuas narrativas de la época, la prensa sensacionalista de los años setenta y ochenta sembraba nuestro futuro con puras malas noticias. Y la deuda externa siempre estaba ahí como fondo, y en sus sombras la sonriente figura del Tío Sam que se frotaba las manos para dejarse caer sobre nuestro México lindo y querido.