Después de tantos días de encierro, los espacios que habitamos, desafiando las leyes de la física, se han vuelto pequeños. Este achicamiento no sólo se debe al roce continuo con la familia, sino también con los vecinos. A algunos de ellos apenas los habríamos visto a lo largo de los años. Pero ahora su presencia, ese no estar frente a nosotros, pero darnos cuenta de que -efectivamente- respiran al otro lado del muro, se ha vuelto invasiva e irritante. En los últimos días los hemos escuchado discutir, dar portazos, cantar, echar cuetes...