El coronavirus, además de impactar en la salud de millones de personas en el mundo, en los sistemas de salud, y en la economía, se ha convertido en una especie de anestésico social que ha mantenido a millones de personas no solamente encerradas en sus casas, sino mentalmente secuestradas con la narrativa oficial imperante, consumiendo sin filtro alguno lo que difunden los medios de comunicación, y acostumbrándose poco a poco a las medidas que toman los gobiernos, pese a que muchas de ellas son profundamente autoritarias.