OPINIÓN

Una papa

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN MURAL

3 MIN 30 SEG

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El cuento que este día voy a relatar tiene como protagonista a una papa. Extraño protagonismo es ése, pues en la mayoría de los cuentos pícaros tradicionales los personajes de más nota suelen ser pericos, curas y borrachos. Hay que tomar en cuenta, sin embargo, que la papa es un tubérculo muy apreciado a pesar de la desinencia de esta palabra, y uno de los principales alimentos de la humanidad junto con el maíz, el arroz, el trigo y las hamburguesas del McDonald's. La papa, según todos los indicios, es originaria del Perú, nación hermana por la cual siento un gran afecto debido a dos motivos. El primero, lo bien que los peruanos, hospitalarios y gentiles todos, me han tratado cuando he estado en su país, que comparte con el nuestro un rico pasado colonial. El segundo, el pisco sour, mirífica bebida de indescriptible sabor y efectos más indescriptibles aún. Confío en que el Perú no nos cobrará ahora regalías por comer papas, a causa de las tensas relaciones, tan lamentables, que hay ahora entre nuestros gobiernos, pues eso, aunado a la inflación y carestía que padecemos en México, sería un golpe mortal lo mismo para la economía que para la alimentación del pueblo mexicano. A fin de disipar tan sombrío pensamiento evoco en este punto la sabrosura de una espléndida tortilla de patatas a la española, insigne gala de gula que tantas veces disfruté durante mis deleitosas estancias en la Madre Patria. Pero advierto que estoy alargando el prolegómeno, vocablo ya de por sí largo. He aquí el anunciado cuento... Un tipo apuesto y musculoso andaba en una playa de moda. Quería pescarse alguna chica, y aunque ponía en ejercicio todas sus artes de galanteador no pescaba ni un resfriado. Se desesperaba el individuo, y más porque en la playa estaba también un tipejo enclenque, feúcho, y no sólo iba rodeado de una nutrida corte de bellas mujeres, sino que cada día se llevaba con él a la mejor, una distinta cada vez. Cierta mañana el adonis ya no se pudo contener y abordó al hombrecillo desgarbado. Le dijo: "Quiero que me permita unas palabras con usted". Replicó el otro: "Estoy a su disposición, pero desde ahora le digo que mi especialidad son únicamente mujeres". "No se trata de eso -aclaró el guapo-. Escuche. Yo me considero un tipo guapo, de facciones agradables y cuerpo bien proporcionado, y no logro conquistar a una sola chica. Y usted que, perdone la franqueza, no es precisamente una ganga, consigue siempre a la más hermosa de la playa. Le ruego que me diga cómo le hace". Respondió el feo: "Me cayó usted bien por su sinceridad, así que le revelaré mi secreto. Pero deberá jurarme que a nadie se lo dirá". El otro juró y perjuró que guardaría absoluta discreción. Bajando la voz lo instruyó entonces el feúcho: "Ahora mismo vaya al mercado y cómprese una papa". "¿Una papa?" -se desconcertó el galán. "Sí, una papa -confirmó el asesor-. Una papa de regular tamaño. Más bien grande, la mayor que encuentre. Y fíjese bien: póngasela en el traje de baño. Verá el efecto que eso causa". El hombre, aunque extrañado por aquella singular receta, agradeció el consejo y aseguró que de inmediato lo pondría en práctica. Al día siguiente el feúcho se lo topó en la playa y le preguntó cómo le había ido con lo de la papa. Respondió el otro, mohíno e irritado: "Me ha ido muy mal. No sólo no he vuelto a pescar nada, sino que he sido el hazmerreír y la burla de toda la gente aquí en la playa, tanto del turismo nacional como extranjero, lo mismo que de los lancheros y vendedores, y sobre todo de las damas". Dijo el tipejo: "Sí, ya lo supe; ya me enteré. Pero mire, amigo: la papa se pone adelante del traje de baño, no atrás"... FIN.