Pasandito el Tapatío empezó a lloviznar, y poco después ya era un tormentón normal, es decir, desquiciado. Sospecho que ahí dio inicio la rabia del taxista -ya estaría imaginándose el trayecto tortuoso de regreso: eran las cuatro de la mañana y ya se le había estropeado el día-, pero luego razoné que es una rabia de años, que seguramente expresa cada vez de formas parecidas: con sorna y con maldiciones, renegando y quejándose, pero también, conforme el taxi va acercándose a su destino, buscando inocular en sus pasajeros una decisión que, según él, les facilitará a todos la vida. Me explico: cuando ya estábamos haciendo la cola kilométrica para tomar el acceso al aeropuerto, el taxista empezó a insinuar que podría irse por la vía que conduce a una glorieta (como quien va hacia donde antes funcionaba la terminal de los aviones chiquitos: hacia la derecha, vamos). Así, seguía diciendo, tendríamos que caminar "unos sesenta metros", pero a cambio llegaríamos antes que todos los demás, pues por esa vía no había embotellamiento. Y aceleraba y frenaba con más rabia mientras sugería esto ("Si ustedes quieren me voy por allá, pero como vean").