OPINIÓN

Ucrania

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN MURAL

3 MIN 30 SEG

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La primera mención que recuerdo de la palabra "Ucrania" la hallé en uno de los robustos libros de don Vito Alessio Robles, destacado historiador, quien en esa obra -quizá Saltillo en la historia y en la leyenda- aseguró en terminantes términos que los trigos que entonces se cosechaban en Arteaga, región montañesa cercana a mi ciudad, Saltillo, eran superiores a los mejores que se daban en "la Ucrania". Ignoro cómo pudo hacer él esa comparación, y pienso que si los campesinos ucranianos supieron de ella no deben haber quedado muy contentos. Cuando a dos se les compara uno de los dos repara. Algo puedo decir sin vano alarde y con plena certidumbre: dudo que en las cocinas de "la Ucrania" se hayan hecho tortillas de harina tan sabrosas como las saltilleras. Rellenas de huevo con chorizo, chicharrón o papas con chile molcajeteado eran manjar paradisiaco que habría hecho pecar de gula al más riguroso anacoreta, sobre todo si las gorditas eran "paseadas", es decir llevadas al día de campo para comerlas allá tras calentarlas en comal de leña. Y si traían adentro nata, como las que nos esperaban en casa al regreso de la escuela, podías presentarlas a Nuestro Señor, quien después de probarlas te recompensaría con un palco en el Cielo al lado del de su Padre. ¡Qué harinas ésas con que nuestras madres hacían aquellas tortillas con sabor de gloria! Se vendían esas harinas en costalitos de 8 kilos, para uso casero, o de 44 para tiendas y panaderías. Con la tela de los sacos, floreada, de colores, las hacendosas mamás, o las abuelas, nos confeccionaban a los niños nuestros calzoncitos en la máquina de coser, indispensable en todos los hogares. (La muchacha que se iba a casar le pedía a su futuro esposo que primero le comprara la Singer y luego la cama). Los altos silos de los Molinos del Fénix estaban coronados por un gran anuncio de neón, el primero que en Saltillo hubo, el cual representaba al ave fénix resurgiendo de entre sus cenizas. (Quien así resurgió no fue el gato Félix que dijo una vedette). El tal pájaro abría y cerraba sus alas, y bajo él ardía el fuego. Aquel anuncio verde y rojo, junto con la Catedral, era el más grande orgullo de mi ciudad en los mediados del pasado siglo. Alcancé a ver todavía las filas de carretas que bajaban por el camino de la sierra para entregar su carga de trigo en los molinos harineros. Todos estos recuerdos me los trajo la palabra "Ucrania", nación que ahora sufre la embestida de un perverso maniático a quien su madre parió en mala hora, dicho sea con el mayor respeto, y que tiene al mundo en vilo con su desatentada guerra que tanto sufrimiento está causando a tanta gente. Yo no soy dado a maldecir. La última vez que maldije fue cuando en un juego de beisbol llanero el bateador en turno arrojó el bate tras pegar de hit. Yo esperaba mi turno, y la majagua -así se llama el bate en los países caribeños, por estar hecho con la dura madera de ese árbol- me pegó exactamente en los, no diré en los qué, pero hubo necesidad de llamar a un bateador emergente. Por puro milagro de San Guiñolé, patrono de las partes pudendas del varón, no quedé como Farinelli, para cantar en el coro de la Capilla Pontificia. Me acuerdo todavía del pelotero que me infligió golpe tan cruel, más reprobable que el de Will Smith, y me acuerdo también de su mamá, también con el mayor respeto. Releo ahora todo esto que acabo de escribir y me doy cuenta de la cascada de recuerdos que se me vino con solo la mención de la palabra "Ucrania". Seguramente mis cuatro lectores estarán pensando, temerosos, cuántas memorias habrían acudido a mi mente si el cabrón Putin, en vez de invadir Ucrania, hubiera invadido Parangaricutirimícuaro... FIN.