La ignorancia es una de las madres del temor, la más antigua y prolífica. El temor, por su parte, es una droga producida por esa glándula anímica donde coinciden cálculo e instinto. Teme andar quien, conociendo la ubicación de su destino, nada sabe sobre los riscos y pantanos de la ruta; pero teme más quien ignora a dónde ir. De igual forma se le puede temer a lo conocido, como cuando sabemos la altura de un precipicio o tras de qué esquina se esconden los chacales. La incertidumbre es otra de las madres del temor. Podríamos describirla como lo que nos invade cuando en el entorno no hay reglas, ni medios, ni criterios claros sobre la mesa.