Nada le perturba. Va por la vida sonriendo. Le da lo mismo si es corriendo detrás de una pelota, pateándola o aborreciéndola. Es de los que, tumbado en el sofá, voltea a su alrededor intentando darle dimensión a su trayectoria y, como si se tratara de una aventura ajena, le da poca importancia. El reconocimiento público no le quita el sueño.