Las filas de gente dejan en ridículo a la longitud de las colas que alguna vez tuvieran los más alargados dinosaurios. Los pasillos de las tiendas lucen a reventar, entre prisas y sorpresas. No hay aguinaldo del que no pueda escribirse la historia de una hazaña de elasticidad inverosímil o de un acto de expansión mitológica. Los billetes se esfuman como ningún mago podría imaginarlo, las monedas salen al quite para rellenar huequitos y las tarjetas de crédito se vuelven portales por los que se accede a la dimensión -muy conocida- de las deudas infinitas. La cosa es quedar bien con la mayor cantidad de personas tratando de tenerlo que recordar la menor cantidad de veces durante las escabrosas cuestas de enero, febrero... y marzo.