Sinsentido

El lugar común dice que la mayor astucia del Diablo -la más dañosa para las multitudes de almas que así pierde irremisiblemente- consiste en convencernos de su inexistencia. Algo parecido sucede con la creencia, tan esparcida como insostenible, de que la exposición sostenida a la información equivale a su comprensión, y de que esa relación es proporcional: mientras más me informo, mejor entiendo, y entre mayores sean las posibilidades a mi alcance de estar al tanto de lo que ocurre, más seré capaz no sólo de discriminar lo falso y lo verdadero, sino que también dispondré de certezas y claridades para dar forma a mis juicios, que serán en consecuencia atinados y, es más, admirables, dignos de propalarse cuanto antes: ¡óiganme, yo sé lo que pasa, y por qué pasa, y qué hay que pensar al respecto! Como el Diablo, sin embargo, detrás de toda nuestra desprevención y toda nuestra arrogancia, acecha la sombra del sinsentido, lista para despedazar nuestras pobres pretensiones y desnudar de golpe nuestra triste ridiculez. Pocas cosas tan difíciles de reconocer, pero siempre habrá algo que jamás podremos comprender.