OPINIÓN

¡Sin tacha!

Guadalupe Loaeza EN MURAL

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Yo sí metería mi mano en el fuego por Elena Poniatowska. No conozco mujer más honesta, primero consigo misma y después con los demás, que Elena. La Poni, como le dicen, nunca ha hecho concesiones con el poder, jamás ha querido enriquecerse. No le interesa el dinero, para ella es como el excremento del diablo. Tampoco le llama la atención la moda, maquillarse, ni mucho menos las joyas. Ella es feliz en su pequeña casa, toda asoleada, con su calle empedrada a tan sólo unos metros de la capilla de Chimalistac. Es feliz, mientras admira las jacarandas y escribe acerca de los ilusos, los destartalados y los candorosos. Es feliz con los platillos que le prepara, desde hace 15 años, Martina, y con sus diez nietos, tres mujeres y siete hombres. Tengo el privilegio de conocer, desde hace mucho tiempo, a las muchas Elenas que habitan en la Poniatowska: la cronista, la escritora, la feminista, la enamorada platónica de Luis Buñuel, la íntima amiga de Carlos Monsiváis, la maestra, la militante, la mujer de izquierda, la hija, la madre y la abuela. Qué orgullosa me sentí de mi maestra cuando la escuché decir desde el púlpito del Paraninfo de la Universidad de Alcalá: "Ningún acontecimiento más importante en mi vida profesional que este premio que el jurado del Cervantes otorga a una Sancho Panza femenina que no es Teresa Panza ni Dulcinea del Toboso, ni Maritornes, ni la princesa Micomicona que tanto le gustaba a Carlos Fuentes, sino una escritora que no puede hablar de molinos porque ya no los hay y en cambio lo hace de los andariegos comunes y corrientes que cargan su bolsa del mandado, su pico o su pala, duermen a la buena ventura y confían en una cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan. Niños, mujeres, ancianos, presos, dolientes y estudiantes caminan al lado de esta reportera que busca, como lo pedía María Zambrano, 'ir más allá de la propia vida, estar en las otras vidas'".