OPINIÓN

Separatismo feminista

Genaro Lozano EN MURAL

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"Soy feminista y a veces femenino", así me gustaba autopresentarme en las conferencias, presentaciones de informes de organizaciones feministas o de documentales sobre las Pussy Riot. Y mis convocantes, siempre mujeres feministas, festejaban que me identificara así. Después de todo, ¿podrá caer el patriarcado o cesar la violencia feminicida sin la alianza estratégica de mujeres feministas con aliados hombres, simpatizantes, expertos en la teoría o activistas comprometidos de la misma o de causas similares? Es una pregunta que todos los movimientos sociales se han hecho a lo largo de sus trayectorias. ¿Cómo avanza mejor una causa?

En la más reciente irrupción del ciclo de la protesta feminista, las activistas más jóvenes pugnan por el separatismo de las marchas. Solo pueden asistir las mujeres cisgénero, no las trans, no los hombres cis, no hombres trans, no gays ni bisexuales. La demanda de las colectivas es más severa con los medios: solamente son bienvenidas las reporteras (que sí hay muchas y excelentes) y las camarógrafas (que son poquísimas). Detrás de esta exigencia hay razón, pero al mismo tiempo hay un riesgo y es que no se cubran sus convocatorias, pese a que la cobertura de los medios es fundamental para cualquier movimiento.

Al revisar la trayectoria de distintos movimientos se encuentran estrategias separatistas, no solo en los feministas. En el movimiento por los derechos civiles de afroamericanos, sus liderazgos se dividieron por esto. Por un lado, Martin Luther King Jr., quien creía en las alianzas, la interlocución con autoridades (casi siempre de hombres blancos), la resistencia pacífica y la suma a otros movimientos y causas. Por el otro, Malcolm X quien se radicalizó, asumiendo estrategias más violentas, defendiendo el supremacismo negro y la separación del EU blanco. Al final, el ala de Luther King Jr. fue la que cabildeó el Acta de los Derechos Civiles y otros cambios legislativos, mientras que la de Malcolm X dejó un legado cultural relevante. Ambas posturas tienen contribuciones duraderas.

Algo similar ha pasado en la historia de los movimientos LGBT. Organizaciones como Mattachine Society iniciaron siendo conservadoras. No cuestionaban los roles de género, eran imitadoras de la heteronormatividad, pero después se defendió y teorizó sobre la disidencia sexual, los cuerpos no binarios, los arreglos poliamorosos, se criticó al capitalismo y se habló de la intersexualidad, entre otros temas. Ambas estrategias han logrado mucho, el ala más tradicional empujó el matrimonio igualitario, incluso con aliados heterosexuales, mientras que la contracultura queer hoy sigue desafiando preconcepciones, poniéndonos a voguear y haciéndonos más libres.

Las feministas de la más reciente ola decidirán el rumbo inmediato de su movimiento, de lo que arman colectivamente. Sus compañeras fundadoras de los feminismos mexicanos están observándolas, aprendiendo de ellas. Las mismas que en los 70 y 80 tuvieron discusiones sobre la pertenencia de las lesbianas en el movimiento feminista, las mismas que a Susan Sontag le enseñaron el feminismo del Sur Global y no solo el feminismo blanco del Norte industrial y capitalista. Las mismas que han discutido una y otra vez la cuestión trans, incluyendo las experiencias de los cuerpos trans. Las mismas que apoyaron en su momento campañas de la ONU como He for She o las que educan a hombres en teoría feminista.

A los hombres cisgénero, de cualquier orientación sexual, educados por esas mujeres, aliados o entusiastas de esas causas, nos toca agradecer el marco teórico feminista que ha iluminado al movimiento LGBT o al movimiento anti especista en defensa de los animales no humanos. Nos toca oír, ver, entender el enojo, acompañarlo y apoyar cuando se nos pida. A ellas les toca decidir sus estrategias y probar si el separatismo abona o limita la causa. A los feminismos y a personas como Marta Lamas, Marcela Lagarde o Nancy Cárdenas les debemos mucho. Honor a la memoria feminista.