OPINIÓN

Samuel Paty

Guadalupe Loaeza EN MURAL

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Francia está aterrada. No nada más respecto a la segunda ola del Covid-19, la cual superó a la primera y ha cobrado centenas de víctimas, y al toque de queda por la pandemia, entre las 9 de la noche y 6 de la mañana impuesto hace unos días a 20 millones de franceses, sino por la perenne lucha contra el terrorismo que parece no terminar. El atentado que sufrió el pasado viernes 16 de octubre, en Conflans-Sainte-Honorine, el profesor de historia y geografía Samuel Paty, de 47 años, fue una prueba más del islamismo radical. La forma tan atroz en que se perpetró el asesinato no hace más que corroborar el odio que tienen los islamistas hacia todo aquello que tiene que ver con la libertad. "...fue asesinado hoy porque enseñaba, porque explicaba a sus alumnos la libertad de expresión, la libertad de creer y la de no creer", dijo el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, en el mismo lugar donde el profesor fue decapitado con un cuchillo de carnicero de 30 cm sumamente filoso. No contento con su crimen, Abdoullakh Anzorov, de 18 años, de origen checheno nacido en Moscú, subió un tuit con la fotografía de la víctima decapitada y con mensajes insultantes, reivindicando su ataque para vengar a Mahoma. Varios testigos dicen haber escuchado al agresor gritar: "¡Allahu Akbar!" (Dios es más grande). Más de 80 kilómetros manejó el asesino, quien no tenía la mínima conexión con el maestro, ni tampoco con la escuela "du Bois-d'Aulne" donde Paty daba cursos a estudiantes de secundaria.