Uno de los eslabones fundamentales de la armonía social es sin duda el Poder Judicial. Cualquier fallo equivocado, ya sea por error o voluntario, vulnera los derechos del inocente en beneficio del culpable. Siempre nos ha preocupado que exista un eficaz e imparcial sistema de justicia. En una sociedad de enormes desigualdades y formaciones morales es obvio que pobres y justos tienen preocupantes desventajas frente a pudientes o inmorales; esas desigualdades se pudieran subsanar si los jueces no permitieran que la corrupción jugara un papel definitivo en el resultado final de un juicio, en el que se favorece al culpable para seguir delinquiendo y se afecta al inocente con todas las consecuencias en su economía y posibilidades de vida de su familia. Son los pobres y los débiles los que siempre se llevan la peor parte. Enfrentar un juicio -y ya no se diga en prisión- de aquel en el que se soporta la economía familiar condena a toda la familia a dramas y situaciones que destruyen los hogares y afectan seriamente el destino de sus miembros. Cuando nos enteramos del prolongado retardo para resolver un juicio cuyo tiempo ya rebasa lo que duraría la condena -en el caso de ser culpables, y si no lo son, peor-, no podemos menos que indignarnos por la falta de sensibilidad humana del juzgador o de quienes mantienen sin modernizar un modelo de administración de justicia anacrónico e ineficaz que hace del precepto de "Justicia rápida y expedita" un mito.