En cierto momento de la vida, el festejo del Día del Niño(a) se vuelve ajeno, ya no nos corresponde y quizá a nuestros hijos tampoco. Pasan los años, el cabello presume sus canas, se arruga la sonrisa y se oxidan las rodillas, según dicen mis amigos mayores. Sin embargo, unas veces para bien y otras tantas para mal, conservamos características de nuestros primeros 12 años, las cuales o nos refrescan la forma de disfrutar la vida o nos pierden en las nubes del capricho.