¿Habrá madres más célebres, orgullosas y renombradas que las de los árbitros? ¿Habrá algún empleo en el que la persona brille más entre menos se haga notar en su trabajo, como el de ellos? ¿Qué puede haber más indigesto que ver a un árbitro tragarse el silbato cuando debió -según nosotros- haberlo hecho sonar a todo volumen en cierta circunstancia de notoria relevancia para nuestro equipo favorito? El silbante suele ser el mayor candidato a culpable por complicidad en nuestras derrotas, pero -también- el aval número uno en las victorias.