En México siempre son escasas o frágiles las razones legítimas para sentir nostalgia por el pasado. Uno podrá tener, a lo sumo, figuraciones muy personales que le hagan suponer que hubo tiempos mejores, pero basta examinarlas con un poco de objetividad para descreer de ellas. Y quién querría resignarse a esa objetividad: a fin de cuentas, somos lo que recordamos, y por eso nos resulta preferible la memoria favorecida por la ilusión, porque nos sirve para confiar en que alguna vez hemos sido felices, aunque no nos conste.