Resulta complicado detenerse en algo y poner en pausa lo demás y entonces proponerse aquello que se supone nos definiría como especie
Nadar
NEGRO Y CARGADO / José Israel Carranza EN MURAL
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Tal vez sea efecto de las velocidades vertiginosas en que circula la información, del ritmo imparable en que unas noticias suceden a otras o se superponen unas sobre otras delante de nuestra cada vez más escasa capacidad de prestar atención a nada. O tal vez sea que se han ido estropeando los instrumentos que deberían servirnos, a los individuos y las sociedades, para distinguir lo que está bien de lo que está mal: instituciones, códigos, memoria, en suma lo que conforma la cultura, modela nuestra sensibilidad e inhibe o modera nuestras ansias depredadoras. El caso es que va volviéndosenos cada vez más impensable asombrarnos de veras por algo, es decir, más allá de la pasajera estupefacción o el momentáneo pasmo, durante más tiempo que el que toma scrollear y llegar al siguiente reel (una fracción de segundo), dar vuelta a la página o saltar a otra nota, cambiar de canal u ocuparse de otra cosa. Y de veras, también, en el sentido en que algo pase (nos pase) tras nuestra incredulidad o nuestro sobrecogimiento iniciales, luego de la extrañeza o la turbación que se secan pronto y quedan en nada.