OPINIÓN

MIRADOR / Armando Fuentes Aguirre EN MURAL

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San Virila salió de su convento esa mañana. Iba a buscar el pan para sus pobres. En el camino vio a un niño que lloraba porque su pelota había caído en las más altas ramas de un árbol, y no podía subir a bajarla. San Virila hizo un ademán. El árbol se inclinó y le entregó la pelota al niño.