OPINIÓN

MIRADOR / Armando Fuentes Aguirre EN MURAL

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Al-Mutamid se prendó de la bella esclava Ismar. La llevó a su riquísimo palacio y la rodeó de lujos: no había capricho de la amada que él no obsequiara. Cuando ella le dijo que añoraba los días en que amasaba el barro con los pies desnudos, Al-Mutamid llamó a sus siervos y los hizo llenar la piscina del jardín con miel y polvos de canela.