OPINIÓN

Porque es forzosa, la aceptación de que existe esa vida anterior se parece a la admisión de la muerte

Mano abierta

NEGRO Y CARGADO / José Israel Carranza EN MURAL

5 MIN 00 SEG

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
El nacimiento de un hijo es también el nacimiento de un padre, pero la vida que comienza para éste termina por superponerse a la vida de quien fuera ese hombre antes de volverse padre. Esa vida, sin embargo, ahí sigue, y el hijo, al descubrirla, enfrenta siempre un principio de incredulidad. Puede sobrevenir de súbito, ese descubrimiento, cuando el hijo se encuentra con alguna noticia que le revela una posibilidad inesperada de su padre. O bien es una constatación que se instila a lo largo de los años hasta que llega el momento, también súbito, de admitirla: antes de que el hijo llegara al mundo, el padre necesariamente tuvo que haber llevado un trecho recorrido. En cualquier caso, a partir de ese descubrimiento empieza a operar una extrañeza inevitable (¿cómo pudo haber estado él aquí sin que estuviera también yo?). Y porque es forzosa, la aceptación de que existe esa vida anterior se parece a la admisión de la muerte. Imaginar al padre en su juventud, cuando uno todavía no era ni siquiera una posibilidad -no hay hijo, por deseado que sea, que no sea contingencia-, es conferir definitividad a su ausencia.