Cómo hay encuentros accidentales que son maravillosos. Resulta que mientras escogía unas telas en la tienda Villanueva, en Santa Tere, mi marido se desesperó y fue a buscar algo de comer. Regresó con uno de mis hijos, fascinados los dos, porque no sólo habían mitigado la sed y el hambre, sino que habían probado uno de los mejores pastes.