Abro Twitter. Cinco o 10 segundos de deslizamiento a la pantalla para echar un ojo al "timeline", son más que suficientes para darme cuenta que cualquier motivo basta, por mínimo que sea, por justificado o injustificado que sea, para que las conversaciones luzcan como un bombardeo virtual de ira descontrolada y expansiva. Duelen los ojos.