Serían hilarantes, admirables en su inverosimilitud fantástica, los colmos a los que llegan algunos de los más conspicuos actores de la vida pública actual en México, o serían irrelevantes, en su vulgaridad y su bajeza, y más nos valdría siempre dirigir la vista a otro lado, hacer como si no existieran; serían, en fin, esas cotas que saben alcanzar de modo asombroso, y que superan todos los días, expresiones de su miseria de las que podríamos desentendernos sin pérdida alguna... de no ser porque redundan inevitablemente en la cancelación de las posibilidades concretas para que el grueso de la población encuentre justicia en este país, y también para que deje de vivir con miedo, esa población, en el agobio que impone la lucha por la subsistencia; de no ser, en suma, porque al sucederse incesantemente esos excesos y esas desvergüenzas y esas trapacerías, con todo su desdén por cualquier forma de elemental decencia, afirman de modo más irremediable qué lejos que estamos de dejar atrás tanta locura y tanta ruindad.