OPINIÓN

Para exorcizar a la política y explicar lo que a primera vista parecía inexplicable, Vargas Llosa se fue a Berlín y se sentó a escribir

Las caras de Vargas Llosa

Isabel Turrent EN MURAL

3 MIN 30 SEG

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Todos sus amigos mexicanos, los que lo habían acompañado a su cierre de campaña, y los que seguíamos desde aquí lo que pasaba en Perú, estábamos seguros de que Mario Vargas Llosa ganaría ampliamente las elecciones presidenciales de 1990. Quienes habían ido describían la atmósfera festiva y las multitudes que rodeaban a Vargas Llosa. Su mensaje de unidad, que debió haber convocado la lealtad de muchos entre los más pobres -indios, negros y serranos-, y su proyecto de modernización política y económica, que apoyarían seguramente las clases medias. Los apristas de Alan García en el poder, no tenían ni un programa alternativo, ni un líder que pudiera enfrentar a Vargas Llosa. Alguien mencionó que el vacío opositor era tan profundo que un peruano de origen japonés, salido de la nada, había subido en las encuestas. Seguramente a costa del aprismo, concluimos. Vargas Llosa ganaría sin duda. Y desde la primera vuelta.