Pasada la conmemoración festiva de la entrada de Cristo en Jerusalén, el Domingo de Ramos, para la cristiandad empezaba la Semana Santa, cuyas celebraciones iniciaban, propiamente, con el toque de tinieblas el Miércoles Santo. Los altares y las imágenes, en todos los templos, eran cubiertos con lienzos morados y las campanas callaban, dando paso a la voz atenuada y ronca de las matracas con las que se convocaba a los oficios. Muchas mujeres vestían de luto.