La toma de posesión de Trump ("inauguración", le dicen los gringos, como si estuvieran estrenando algo del todo novedoso, como si se mudaran a otro lado y recién fueran llegando y lo de antes dejara por completo de contar), con lo previsible que fue, dada la catadura conocida del personaje y los anticipos que sobradamente había dado, obsequió sin embargo numerosas ocasiones de asombro que conviene repasar. Y conviene, digo, porque en la aceleración incesante del acontecer noticioso tienden a disiparse pronto toda impresión de lo visto y todo evidente signo de lo que está por venir -o estamos más bien ya en ello, y no siempre nos percatamos justo por ir arrebatados en la dicha aceleración que nos confunde y pierde.