En el siglo I a. C. el político y orador romano Marco Tulio Cicerón no conoció en persona al chamuco, pero cuestionó la misma ausencia de integridad que aquél representa al preguntar: "¿Dónde está la dignidad si no hay honestidad?". En efecto, nadie puede disfrazarse de honesto si para adquirir el consecuente traje pisotea a otros. Nadie puede alardear sus posesiones, nombramientos o logros, si para obtenerlos actuó deshonestamente, aunque no haya pruebas.