Antes, en toda casa respetable había un bodegón o naturaleza muerta que solía colgar de algún muro del comedor. Se trataba de un cuadro pintado al óleo donde se representaban flores, animales muertos o pedazos de queso sobre una mesa. Así, un pato desguanzado y de mirada extraviada con un par de cebollas y un trozo de hogaza al lado cumplía con los cánones de este tipo de obra.