La vibrante Nueva Orleans nos recibió bailando al ritmo de una "Brass Band" que marchaba dentro del Barrio Francés. Comimos la muy condimentada cocina criolla, desde un gumbo hasta una jambalaya, y de postre pasamos por unos beignets. Conocimos el Sazerac Bar, donde por supuesto tomamos un Sazerac bien servido en un vaso old fashioned enfriado y rociado con absenta. El jazz más puro lo escuchamos en el imperdible club "The Spotted Cat" y cerramos en el legendario "Arnaud's French 75 Bar" tomándonos, por supuesto, un French 75. Todo lo anterior lo esperaba de Nueva Orleans, una gran olla de culturas que ofrece una apasionante escena gastronómica, coctelera, artística y musical. Pero lo que realmente me sorprendió fue la imponente cátedra que me ofreció sobre la Segunda Guerra Mundial.
Analista financiero, con un alto interés por el trasfondo de lo ordinario y cotidiano.