Lástima que nunca vino a Guadalajara: imagino cómo habría podido hacer pasar un mal rato a tanto corrupto, mezquino, fanático y odiador
Francisco, lector
NEGRO Y CARGADO / José Israel Carranza EN MURAL
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Cuenta la leyenda que la primera visita de Juan Pablo II a México se debió a que el Presidente de entonces, el patilludo y enjundioso José López Portillo, quiso darle gusto a su señora madre. No tuvo mucho en cuenta el mandatario el legado de Juárez ni la historia de desencuentros, asperezas, confrontaciones y aun guerras entre el Estado mexicano y la Iglesia católica, y haciendo a un lado el hecho de que ni siquiera hubiera relaciones diplomáticas con la Santa Sede -amén del escándalo que la invitación levantó entre el priismo más anticlerical y rancio: Calles sin duda se revolcaba en su tumba-, López Portillo se las arregló para que el acontecimiento tuviera carácter "no oficial". Con su mamacita del brazo, fue muy modoso a recibir al Papa al aeropuerto, para felicidad de la santa señora y de millones de mexicanos. Naturalmente, el Presidente que se creía encarnación de Quetzalcóatl debió de calcular el beneficio político de aquel gesto, insólito en su momento e indicio de cómo habrían de ir cambiando las cosas unos años más tarde. Recuerdo haber presenciado esa bienvenida por televisión, junto a mi papá, comecuras incorregible, que estaba trinando de coraje al ver cómo Wojtyla se arrodillaba para besar el suelo patrio.