OPINIÓN

Por lo general, no nos percatamos de estas mudanzas sino hasta que estamos instalados ya en otros modos de hacer las cosas

Forrar libros

NEGRO Y CARGADO / José Israel Carranza EN MURAL

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De un tiempo para acá se ha ido abandonando la otrora ineludible práctica de forrar los cuadernos y los libros para el regreso a clases. Las transformaciones reales que configuran la evolución de las civilizaciones son de este tipo: usanzas en lo cotidiano que, sin desatar crisis ni causar impactos traumáticos en las sociedades, van sin embargo alterando significativamente nuestra vivencia directa de la realidad. Por lo general, no nos percatamos de estas mudanzas sino hasta que ya estamos instalados en otros modos de hacer las cosas, en otras formas de pensar y sentir, privados quizá de ocasiones para la emoción que ya no volverán a producirse y, quizá también, haciendo nuestras posibilidades afectivas antes insospechables o inimaginables incluso. ¿Cuándo quedó proscrito el plástico autoadherible, en qué momento pudimos desentendernos de destinar una tarde completa, o dos, o una tarde y una noche, o una noche angustiosa -la última antes del lunes de la vuelta a la escuela, el domingo de penitencia por dejarlo todo al final-, a despejar la mesa del comedor y, cúter y tijeras y regla en mano, proceder a la minuciosa cirugía? ¿Y qué significa este cambio?