Vivir en alerta permanente, como las cebras a media sabana que escuchan el rugido de las fieras, como mariposas que no saben predecir la lengua pegajosa del sapo. Vivir temiendo, siempre cautelosos, a la defensiva, nadando en el mar de la desconfianza hacia todo, en un permanente estado de indefensión, en un país donde ya nada es seguro, nada es cierto, nada es de fiar; en un país de entrañas ruinosas donde se le teme al policía que se acerca tanto como al rufián que no sabemos tras la facha de qué vecino se camufla.