Si en verdad Maradona era el padre de la pelota, ésta ha quedado huérfana, desolada y llorando sin encontrar aún explicación. Será labor de algún de otro genio de las canchas ir en busca de ella, fungir de padrino y abrazarla un buen rato. Su misión será dar la bendición a la ahijada triste para que vuelva a rodar sin miramientos. La vida sigue.