Las mujeres que hemos sido maltratadas nos reconocemos entre nosotras como si lleváramos un letrero que dice que hemos descendido al infierno y estamos de vuelta. Nos reconocemos por la mirada, por las cicatrices del alma que se notan más que las de la piel o el rostro. Ahora estamos empoderadas y nos rehusamos a ser violentadas nuevamente.