Llegó octubre con su otoño poco perceptible, el insistente recordatorio del calentamiento global y sus efectos. Los árboles, como siempre, tirarán las hojas, y los ligeros vientos las llevarán invariablemente a casa del vecino. El vecino barrerá la calle e indirectamente terminará pensando en el servicio de recolección de basura que lleva siendo inconstante desde que tiene memoria. Entonces, querrá compostar esas hojas para salvar un poco la terrible imagen que viene a su cabeza: la inmensidad de los tiraderos de basura de Laureles y Matatlán, que se han vuelto visiones apocalípticas con toneladas de desechos contaminantes y plásticos indestructibles. A este paso, dentro de poco tiempo, las montañas de basura ganarán a las montañas verdes de formación natural, y la zona urbana se irá reduciendo a casi nada: espacios sucios, calurosos, sofocados, llenos de cruces de cables de diversos proveedores de servicios de Internet y streaming, intentando hacer funcionar la ciudad.
Sofía Orozco
Es tapatía, chef repostera por casualidad y periodiquera por afición. Desde una perspectiva ciudadana, analiza y critica lo cotidiano.