OPINIÓN

El traidor

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN MURAL

3 MIN 30 SEG

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El padre Chonito era un buen sacerdote, un hombre bueno. Con apostólica entrega cumplía su ministerio; cuidaba de sus ovejas con amor y entrega. Para todos sus feligreses tenía una palabra amable; se alegraba con ellos en sus dichas y los acompañaba en sus pesares. Sucedió, sin embargo, que Trump la tomó contra México, y eso irritó sobremanera a don Chonito, que era mexicano hasta las cachas, patriótico y nacionalista. Así, les agarró tirria a los americanos, sin distinguir entre ellos. Ya no podía verlos ni en pintura. En sus sermones los ponía como lazo de cochino, como jaula de perico, como trepadero de mapache, como palo de gallinero. Decía en sus homilías que los gringos nos invadieron varias veces; que nos arrebataron la mitad de nuestro territorio, y que ahora Trump nos atacaba. En cada misa tronaba contra los estadounidenses; hablaba pestes de ellos. Obraba la circunstancia, sin embargo, de que entre sus fieles había numerosos americanos. Llegó un punto en que las expresiones antiyanquis del curita resultaron ya intolerables para sus feligreses yanquis. Un buen día formaron una comisión, fueron a hablar con el obispo y le presentaron su queja. Le dijeron que había un sacerdote, un cierto padre Chonito, que tenía fobia contra el pueblo norteamericano. Constantemente vituperaba a los estadounidenses; los hacía objeto de toda suerte de diatribas. Le pedían al obispo que lo llamara al orden a fin de que cesara en sus acerbas críticas, en sus ataques sistemáticos. El señor obispo, viendo la razón que asistía a los quejosos, hizo llamar al padrecito y le dijo con gran severidad: "Mire, padre Chonito. Vinieron conmigo representantes de la colonia americana a quejarse de usted. Dicen que se dedica a atacar continuamente a los estadounidenses. Eso, aparte de que va contra la caridad cristiana, no tiene razón de ser, y puede acarrearle a usted muchos problemas y acarreármelos también a mí. Le suplico, padre, que en adelante se abstenga usted de hablar mal de los americanos en sus sermones". "Su Excelencia -replicó el padrecito-. No sé si está usted enterado, pero los americanos nos han invadido en varias ocasiones. Nos arrebataron la mitad de nuestro territorio, y ahora Trump nos ataca". "Sé muy bien todo eso, padre -respondió el dignatario algo molesto-. Pero tales cosas no atañen a nuestro sagrado ministerio, que es de paz y amor entre los hombres. Así pues le repito, y es una orden, que debe usted abstenerse de hacer en sus sermones cualquier alusión a los americanos". "Está bien, Su Excelencia -dijo con un suspiro de resignación el padrecito-. Haré lo que usted me ordena, pero sólo en virtud de la santa obediencia". Obedeció en efecto el señor cura. No volvió en sus homilías dominicales a hablar de los gringos, ni bien ni mal. Los norteamericanos se tranquilizaron al ver que el señor cura cesaba en sus diatribas. Pero llegó la Semana Santa, y al hablar de la Última Cena empezó el padrecito. "Ahí estaba Nuestro Señor, hijos míos, en la mesa, rodeado de los doce apóstoles. De pronto fijó en ellos una mirada triste y les dijo con su dulce voz: 'Uno de vosotros me va a traicionar'. Preguntó Juan, el discípulo amado: '¿Acaso seré yo el traidor?'. Le contestó Jesús: 'Tú no serás'. Preguntó Pedro: '¿Seré yo, Maestro?'. 'No, tú tampoco'. Y así todos los discípulos le fueron preguntando, y a todos les dijo el Señor que ninguno de ellos sería el traidor. Pero le llegó el turno a Judas Iscariote, amados hermanos míos, y entonces aquel infame, aquel perverso, aquel canalla, aquel malvado sinvergüenza le preguntó al Señor: 'Oh, perdonar, my Lord, ¿acaso ser yo el que ir a traicionarte?'"... FIN.