El show de Trump
Guadalupe Loaeza EN MURAL
Por increíble que parezca, después de tres días de estar hospitalizado por el Covid-19, finalmente, Donald Trump regresó a la Casa Blanca, pese a que está infectado, debilitado y medicado. Dado el perfil de su personalidad, lo que más lo enfurece es tener que usar, públicamente, el cubrebocas. Antes de subirse al helicóptero, escribió un tuit que decía: "Me siento bien; mejor que hace 20 años. No tengan miedo del Covid-19. No dejen que domine su vida". Fake news: no se siente bien, se diría que tiene 20 años más de edad y en el fondo, está muerto de miedo por el virus. Al bajar de la aeronave que lo regresó del hospital Walter Reed, en donde viajaban también seis personas totalmente expuestas al contagio, y después de subir las escaleras que lo llevarían a la entrada de la residencia presidencial, lo primero que hizo Trump fue retirarse el cubrebocas y guardarlo en la bolsa de su saco. Lo hizo con un gesto de triunfo, de desafío, como diciendo: "soy el presidente de Estados Unidos y no hay virus en el mundo que pueda conmigo, especialmente durante las elecciones". (Me pregunto si al entrar a la Casa Blanca quiso saber sobre la salud de Melania). No obstante, su imagen era la de un hombre vulnerable, enfermo, ojeroso y, por si fuera poco, con dificultades para respirar a pesar de que hacía todo lo posible por mostrarse fuerte, erguido y muy saludable. Hay que decir que Trump ya estaba hasta el copete (literalmente hablando) de estar y sentirse encerrado en la suite presidencial del hospital: aburrido y ansioso, lo único que quería era que lo dieran de alta, a pesar de seguir contagiado por el coronavirus. Era tal su desesperación "necesito salir de aquí", repetía una y otra vez, que el domingo por la tarde no aguantó más y salió para saludar desde la ventana de su camioneta a los partidarios reunidos en una avenida cercana. Claro, lo veían como a un héroe, o como un santo, dispuesto a todo con tal de seguir cerca a sus seguidores.
Descubrió quién es gracias a la escritura y al periodismo. Ha publicado 43 libros. Se considera de izquierda aunque muchos la crean "niña bien". Cuando muera quiere que la vistan con un huipil y le pongan su medalla de la Legión de Honor; que la mitad de sus cenizas quede en el Sena y la otra mitad, en el cementerio de Jamiltepec, Oaxaca, donde descansan sus antepasados. Sus verdaderos afectos son su marido, sus hijos, sus nietos, sus amigos y sus lectores