Como muchos, generó sus primeros centavos vendiendo chicles a sus familiares. Después, migró a vender cartones de Coca-Cola aprovechando un caluroso verano. Mientras otros niños se obsesionaban coleccionando carritos, su fascinación eran las monedas. Vendió desde pelotas de golf usadas hasta palomitas en los juegos de futbol. A los 10 años acompañó a su padre a un viaje de negocios en Nueva York, visitó la Bolsa de Valores, presenciando en carne propia el movimiento, la energía y la opulencia. La última, encarnada específicamente en un tal Señor Mol, que al terminar de comer pidió un puro con la hoja de su preferencia. Esto le impresionó al pequeño Warren Buffett, pensando: no se puede poner mejor que esto. Regresando de dicho viaje afirmó que él quería dinero y mucho, no por la opulencia, sino por la independencia.
Analista financiero, con un alto interés por el trasfondo de lo ordinario y cotidiano.