OPINIÓN

El ojo de Dios

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN MURAL

3 MIN 30 SEG

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"No me gusta el sexo en el cine". Susiflor se sorprendió al oír esas palabras en labios de Rosibel. Y es que su amiga gustaba de disfrutar los goces de la vida. ¿Sufría ahora amagos de pudicia? ¿Se arrepintió de su antigua forma de vivir? ¿Había ingresado en una de las 465 iglesias de la verdadera fe -cada una de ellas la única verdadera- que había en la ciudad? Le preguntó, extrañada: "¿Por qué no te gusta el sexo en el cine?". Contestó Rosibel: "Los brazos de la butaca estorban mucho". (¡Ah, con qué sentimiento de saudade recuerda este amigo mío el cine de aquel pequeño pueblo del norte de su estado al que alguna vez fue de vacaciones invitado por un primo que vivía ahí! Era un cine terraza, o sea sin techo, debido al calor que hacía siempre en esos lares. Mi amigo, adolescente, conoció bien pronto una costumbre local. Al entrar en la sala se veía media docena o más de muchachitas, adolescentes también, sentadas cada una por su lado, en las bancas corridas -no había butacas- del local. Comprabas en la dulcería del cine una bolsa de palomitas, un refresco y un chocolate, e ibas y le ofrecías ese obsequio a una de las precoces niñas. Ella te veía, y si le gustabas aceptaba el convite. Eso te daba derecho, apagada la luz del salón, a solazarte en ella, pero únicamente de la cintura para arriba. Lo demás de más abajo era territorio vedado. Y nada de besos. Ella no se solazaba. Veía la película; saboreaba las palomitas, el chocolate y el refresco, y permanecía indiferente mientras tú, ardiendo en las llamas de los iniciales rijos varoniles, dabas libre curso a las manos hasta donde el reglamento te lo permitía. No era mucho lo que en ellas tomabas, pero era tan desconocido y misterioso que sentías que en tu mano tenías todo el mundo. Pocas inversiones he conocido -digo, ha conocido mi amigo- tan provechosas como la compra de aquellas golosinas. Mi amigo revive esa memoria de primera juventud y trae a la mente las sentidas palabras de Alighieri: Nessun maggior dolore...)... Si no quieres que se sepa no lo hagas. O no lo escribas, añadiría un cínico. Las revelaciones derivadas del saqueo a los archivos del Ejército confirman que en esta época ya no hay secretos. Lo que no se sabe ahora tarde o temprano se sabrá. Los llamados hackers equivalen en nuestros días al ojo de Dios que, nos decían nuestras abuelas, todo lo ve y lo descubre todo. Pienso que uno solo de esos hackers sirve más que todos los institutos de transparencia y de acceso a la información juntos. No dudo que sean delincuentes, pero su delincuencia es útil para que el ciudadano común sepa lo que los dueños del poder no quieren que se sepa. Bajo la capa de "seguridad nacional" se esconden muchas cosas acerca de las cuales los ciudadanos deberían ser informados. Lejos de mí la temeraria idea de hacer la apología de un delito, pero soy enemigo de la opacidad en los asuntos públicos, y más cuando esa oscuridad sirve para velar la comisión de actos ilícitos, u ocultar cuestiones de interés nacional como es la salud del Presidente de la República. Sea lo que fuere, tanto el caudillo de la 4T como los altos jefes militares han de estar temerosos de los efectos que traerá consigo esta inesperada irrupción en los archivos que creían impenetrables. Otra vez tiene confirmación la ominosa frase que muchas veces he mencionado, aunque muchas otras yo mismo no la he tomado en cuenta: lo que de noche se hace de día aparece. ¡Brrrr!... Meñico Maldotado casó con Pirulina, muchacha sabidora. La noche de las nupcias ella lo vio por primera vez al natural y comentó: "Ahora me explico por qué siempre me decías que debía yo aprender a disfrutar las pequeñas cosas de la vida"... FIN.