OPINIÓN

El gran charlatán

Paloma Ramírez EN MURAL

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Uno podía reconocer al merolico por el sonsonete aquel que no cesaba. Una voz omnipresente que nos acompañaba durante gran parte del trayecto callejero. Bajo el rayo del sol y con bolsas del mandado que medían la resistencia de los brazos, uno se maravillaba por el flujo interminable de palabras, por la gama de padecimientos pestilentes, por las promesas de bienestar y, también, por la celeridad con la que habría remedio. Todo aquello a través de un brebaje de misteriosa formulación.