Ojalá pudieran besarse los jefes de las naciones que optan por lanzarse misiles, jalar del gatillo o caer en el peligroso juego de los egos, las vencidas y los aranceles. Ojalá que con simples encuentros labiales se sellaran las diferencias, se taparan las grietas y se derrumbaran los muros que aíslan y discriminan. Ojalá que, bajo una lluvia moderada de besos, pudiera disolverse el nacionalismo radical, el temor que tantas barbaridades genera cuando lo afilamos contra los desconocidos y el egoísmo proactivo que se nutre en la ignorancia.