Todos los partidos políticos se aprestan para elegir a sus candidatos para las próximas elecciones: los fuertes y los débiles enfrentarán distintos problemas, mientras que a los primeros les sobrarán prospectos y podrán, en algunos casos, imponer a quienes gocen de los afectos de sus líderes, los otros tendrán que buscar perfiles que garanticen rentabilidad electoral ya sea por su prestigio, recursos o fama. En estos menesteres, siendo Morena el mejor posicionado, corre el riesgo de que, en un exceso de confianza, se dé el lujo de lanzar figuras impresentables o militantes de nuevo ingreso pasando por encima de los históricos que en su origen popular no acreditaban mayor relevancia ni social ni económica y a pesar de que se la jugaron con los riesgos e incomodidades de luchar en la oposición, serán reemplazados por militantes de otros partidos que cambiaron de siglas u oportunistas motivados por intereses económicos o figuras de estatus social que proyecten una imagen que neutralice los temores de un rumbo radical que -al buscar por sus siglas una más segura oportunidad- están respaldando un proyecto que probablemente sí vaya en ese sentido.