OPINIÓN

Dictadores

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN MURAL

3 MIN 30 SEG

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A un versificador de ocasión se le ocurrió la siguiente cuarteta a propósito del intento -que esperemos quede en intentona- de López Obrador de reformar el Instituto Nacional Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Dice así su picante comentario sobre AMLO: "Al ver tanto reformismo / me vino el impulso de / preguntarle por qué / no se reforma a sí mismo". Estos versos no sólo cumplen con las reglas de la métrica y la rima, sino también con las de ese exigente género que es el epigrama, el cual -solía decir mi maestro don Cipriano Briones- debe morder y arrancar el pedazo, como hacían los de ese feroz epigramista que fue Salvador Novo. Pero no vinimos aquí a hablar de preceptiva literaria. Lo que nos importa es comentar el ya desorbitado afán del Caudillo de la 4T por apoderarse de las instituciones independientes que han resistido su apetito de dominación, para lo cual busca reformarlas en modo que favorezca a sus designios. Es cierto: quienes en el anterior sexenio tuvieron en sus manos el poder robaron dinero. Pero quien encabeza el actual régimen se ha dedicado al robo de instituciones, lo cual constituye una forma de corrupción peor y más nociva que la otra. Quienes hurtan dineros del erario son rateros; aquellos que atentan contra las instituciones a fin de lograr sus fines son dictadores que ponen su voluntad por encima de las leyes que una vez juraron cumplir y que después han violado sistemáticamente. Los ciudadanos libres debemos apoyar a las instituciones autónomas para que conserven su libertad y no sean avasalladas por el populismo autoritario, caudillista y demagógico que amenaza a México... Otros adjetivos denostosos podría yo añadir a ésos, pero por ahora ya me cansé de adjetivar. Mejor tomo otro camino más placentero y de mayor solaz... ¿Por qué los escoceses usan kilt, o sea faldita? Porque las mamás de las escocesas las han enseñado a correr cada vez que escuchan el sonido de un zipper que se baja... Recuerdo a ese propósito lo acontecido a la recién casada que al empezar la noche de bodas le dijo desde el lecho nupcial a su flamante maridito, el cual estaba de espaldas a ella: "¡No puedo creer que ya sea tu esposa!". El galán no respondió a esa exultante manifestación. Repitió, feliz, la desposada: "¡No puedo creer que ya sea tu esposa!". Nuevo silencio del matrimoniado. De nueva cuenta dijo la muchacha: "¡No puedo creer que ya sea tu esposa!". Entonces sí habló él. Dijo con tono hosco: "Te convenceré de que ya lo eres cuando logre desatorar el chingado zipper de mi pantalón"... Muchas veces he dirigido una de las piezas favoritas de los públicos que asisten a los conciertos de Año Nuevo de las orquestas sinfónicas. Hablo de la deliciosa "Trisch-Trasch Polka", de Johann Strauss hijo. Ese "trisch-trasch" equivale a nuestro "bla bla bla", y alude traviesamente a la afición de las mujeres por el chismorreo. Cuando dirijo esa pequeña joya hago que en un momento de la interpretación todos los músicos de la orquesta exclamen al unísono: "¡Ah!", como si acabaran de oír un chisme extraordinario. La verdad, digo siempre al presentar la obra, es que los hombres somos más chismosos que las mujeres. Además en ellas el chisme es un deporte; en nosotros, por el contrario, es un asesinato. A lo que voy es a chismear acerca de doña Cotilla, que no deja de hablar nunca, tanto que cuando va a la playa la lengua se le insola. En cierta ocasión una vecina suya le preguntó, orgullosa: "¿Supiste que mi hija se casó?". "¡Cómo! -fingió asombro doña Cotilla-. ¡Ni siquiera sabía yo que estaba embarazada!"... FIN.