A los niños tapatíos de mi generación nos extrañaba que los primos que vivían en la Ciudad de México tuvieran regalos no en Navidad, como aquí era costumbre, sino en el día de los Santos Reyes, el 6 de enero. Aquí soñábamos con los regalos que el Niño Dios nos traería la noche navideña, allá les ilusionaba la llegada de los Reyes con su carga de obsequios.