Llegabas de la escuela directo a la cama. Caer en ella resultaba una fascinación, una terapia gratuita. Con el uniforme puesto y todavía oliendo a recreo, cerrabas los ojos por unos segundos... hasta que, desde la cocina viajaba a tu habitación, a la velocidad de la luz, el estridente grito de tu madre recordándote que debías ir por las tortillas.