Tal vez no sea difícil responder, de aquí a unos años, qué hacíamos cuando nos enteramos de que asesinaron, en Chihuahua, a dos padres jesuitas y al hombre al que trataron de ayudar. En casa, lo oímos por la radio, muy temprano, mientras nos alistábamos para el trabajo y la escuela. Habrá quien vio la noticia en la televisión, al desayunar o más tarde, o en la noche, o la leyó en el periódico, quizás, o la supo por alguien que la supo primero; habrá quien se la halló en las redes, también en las primeras horas del martes -ahí fui yo a corroborar lo que decían en la radio, y de inmediato me salió el tuit de la periodista Marcela Turati con el testimonio del "Pato" Ávila, otro jesuita que sirve en la Tarahumara-. Por poco que acostumbre asomarse a la actualidad noticiosa, aun al más despistado le habrá tocado saber del asunto, que pronto cobró resonancia y fue configurándose como un doloroso colmo de la violencia demencial que se ha apoderado del país.